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Lunes, 03 febrero 2025 10:15

Homilía del cardenal José Cobo en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada (02-02-25)

Homilía del cardenal José Cobo en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada (02-02-25)

Bienvenidos, queridos hermanos y hermanas, a la catedral de vuestra diócesis, a celebrar la fiesta de la Presentación del Señor, y en ella la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

El Papa San Juan Pablo II instituyó en 1997 esta Jornada para que fuese celebrada en esta fiesta de la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo “para ofrecerlo al Señor”, como mandaba la ley, a los cuarenta días de su nacimiento (Lc 2,22). La Presentación de Jesús –fiesta que popularmente llamamos de la Candelaria–, fiesta de la luz, constituye una parábola elocuente de la donación total que hacéis todos los consagrados y consagradas; con vuestra vida real y concreta, con vuestras dificultades y esplendores, “sois así luz para este mundo porque en cada paso estáis imitando y señalando a Jesucristo: verdadera luz del mundo, haciendo presente en la Iglesia la forma de vida que Jesús abrazó y propuso a los discípulos que le seguían" (cf. VC 22). Vuestra huella de consagrados y consagradas en la Iglesia nos recuerda el don del Espíritu para la Iglesia y el mundo.

Habéis venido en “peregrinación” a la catedral, templo jubilar, en este año tan especial, manifestando en medio de Madrid, el significado del lema de la Jornada de este año: “Peregrinos y sembradores de esperanza.” La Iglesia os llama siempre, y en particular en este año santo, a ser precisamente esto: peregrinos de esperanza. Sabéis por experiencia que cuando la vida, individual y comunitaria, se vive como una “peregrinación” hacia el encuentro definitivo con el Padre, entonces se “siembra” esperanza, se contagia esperanza.

Cuando se camina día a día juntos y en sintonía con el Evangelio, entonces, el peregrinar se hace misión, y no solo un trabajo monótono. Cuando se acoge la vida como una peregrinación comunitaria y no solitaria hacia el proyecto de Jesucristo, entonces se evangeliza allí donde estemos, donde vivamos, con quien nos relacionemos y se hace en clave de Iglesia y misión.

El Papa, inspirado por el Espíritu, ha querido que la esperanza constituya el mensaje central de este jubileo: la esperanza que no defrauda. No se trata de una pseudo-esperanza,” de una esperanza engañosa que se disuelve en el momento de la dificultad ni se confunde con un optimismo emocional o social, sino de la esperanza cristiana que no defrauda, porque está anclada en la certeza de fe.

El Papa Francisco pretende que este año sea para todos, “un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, puerta de nuestra salvación”, para que se manifieste que “quien entre por mí se salvará” (Jn 10,7.9). En un mundo, en una sociedad, donde hay un fuerte déficit de esperanza y una auténtica crisis de horizontes, anunciar la Esperanza, sembrar la Esperanza resulta más necesario que nunca.

También en nuestra Iglesia, en vuestros Institutos y comunidades se percibe a veces un sentimiento de cansancio, de desánimo, de cierta desesperanza. No son tiempos fáciles, y las dificultades abundan. San Pablo, que no ignora las dificultades ni esconde los sufrimientos, sin embargo, anima a los cristianos de Roma, y desde ellos a nosotros, a la constancia y la paciencia, como frutos de la esperanza, que nace y se funda en el amor del Corazón de Cristo traspasado en la cruz.

Constancia y Paciencia. No tengáis prisa, nos diría Jesús. La prisa no es fruto de la esperanza. El Papa propone constancia y paciencia frente a la tentación de las prisas tan presentes en nuestra cultura y que impiden tantas veces, incluso encontrarse y escucharse en las mismas familias, y quizás también, en las propias comunidades religiosas. Paciencia para aquilatar el testimonio, Paciencia para no caer en lo que el papa dice del “mundanismo espiritual”. Paciencia para cuidar el entusiasmo y la alegría.

El año jubilar debe ser un tiempo para caer en la cuenta y anunciar que la esperanza no es sólo una virtud teologal, un don y una gracia de Dios. No solo se vive de un modo individual e intimista; implica también la tarea de redescubrirla y aprender a señalarla en los “signos de los tiempos” que el Señor nos ofrece en tantas situaciones y circunstancias de la vida.

Se nos invita a descubrir brotes y signos entre las aspiraciones y las necesidades de tantos hermanos y hermanas. Reconocer y ponernos manos a la obra para generar nuevos “signos de esperanza”, es decir, obras que hagan viva y tangible la esperanza.

El anciano Simeón o la anciana Ana nos explican la manera de estar esperando. Ellos vivían conectados a la esperanza del pueblo. No la suya personal, sino al proyecto de Dios, distinto y mayor que sus esperas.

De repente, cuando todo parecía terminar y las fuerzas les abandonan en la ancianidad, son capaces de reconocer y señalar, entre el bullicio del día a día, cómo Dios cumple su promesa.

Pero esta promesa la reconocen no completa, ni realizada según sus expectativas, sino en sus gérmenes. Dios les regala poder ver la siembra de lo que será, el inicio de una promesa a la que la esperanza les da la certeza de que se cumplirá plenamente. No ven, pero creen desde el corazón, que allí está el plan de Dios que crecerá, se planificará y cumplirá porque así lo ha prometido en el rostro de un niño. 

Como en aquel tiempo, nuestro mundo necesita y anhela los ojos y la fe de María y José, de Simeón y Ana para que en la peregrinación nos animen a saber que lo que ha dicho el Señor se está cumpliendo.

 

Repasando esa lista, uno cae en la cuenta de que todos esos “signos de esperanza,” corresponden a tareas propias de vuestros carismas. No son ajenos ni representan una novedad para vuestra misión. De un modo u otro, a través de obras propias o colaborando con otras instituciones eclesiales, con presencias personales o comunitarias, la Iglesia, a través de todos vosotros, los religiosos y religiosas de Madrid, está dando ya respuesta con entera dedicación y generosidad. Y con vosotros está construyendo signos tangibles de esperanza: sembrando esperanza en un montón de lugares de la diócesis.

Cuántos marginados experimentan el afecto y la cercanía en sus vacíos afectivos de capellanes religiosos y de visitas de consagrados y consagradas juntos con voluntarios cristianos. Ofrecéis signos de esperanza a los enfermos y ancianos aliviando su soledad. En los centros educativos y en la pastoral sembráis la Esperanza de Jesucristo y animáis los sueños de tantos jóvenes. Vuestros centros sociales siembran esperanza en migrantes, refugiados que arriesgan todo buscando una vida mejor para ellos y sus familias. En programas educativos cultiváis en los niños y jóvenes actitudes de comprensión y acogida de lo diferente, inculcando en sus corazones el deseo de la paz y el rechazo de todo tipo de violencia y segregación.

Es cierto que el trabajo que resta por hacer es inmenso, pero no dejéis de acoger su voz, ni os acostumbréis nunca al gemido de los pobres. La vida religiosa no puede ser autorreferencial, sino que debe salir al encuentro de los más necesitados, viviendo con los pobres y para los pobres.

En este sentido os pido que no dejéis de peregrinar junto a toda la Iglesia diocesana. No dejéis de tender puentes entre vosotros y entre la diversidad de instancias que como Iglesia quieren dar respuesta a las mismas llamadas que descubrís. Es tiempo de ir juntos y de responder juntos a la llamada del Señor. Ir como Iglesia, antes que con nuestros apellidos, es la tarea que se nos pide en este momento.

Aportad vuestras experiencias de vida comunitaria y de discernimiento comunitario a este peregrinar como Iglesia. Hoy más que nunca necesitamos evitar rivalidades o divisiones internas que debilitan el testimonio de la Iglesia.

Es importante asentar y aquilatar entre todos un proceso sinodal que implique una escucha atenta y un diálogo profundo dentro de las comunidades religiosas y entre todos. Este enfoque requiere una conversión del corazón y una apertura a la transformación, buscando construir una Iglesia más misionera y acogedora.

Queridos hermanos y hermanas, gracias, muchas gracias por vuestras vidas entregadas, por vuestro trabajo y por vuestra presencia que se transforma en luces que iluminan los caminos de tantos peregrinos de esperanza; seguid sembrando esperanza siendo fieles a vuestro carisma; vivir vuestra consagración como peregrinos, caminado con todo el pueblo santo de Dios en esta Iglesia de Madrid; alegres y confiados en que la esperanza no defrauda porque está anclada en el amor de un Dios que tanto ama a este mundo que se ha hecho uno más entre nosotros y nos ha asegurado que se ha quedado en cada uno de esos peregrinos que, quizás sin saberlo, tienden sus manos buscando una esperanza que no defraude.

Quisiera terminar, haciéndola oración, con las palabras de la Bula que expresa el objetivo más profundo de este año jubilar:

Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo.”