P.- ¿Se puede presentar?
R.- Soy el Patriarca Latino de Jerusalén. Estoy aquí por dos motivos. He asistido a la reunión del Gran Magisterio de la Orden del Santo Sepulcro. Son los Caballeros del Santo Sepulcro que se encuentran también en España, en Portugal y en todo el mundo. Y luego, he estado en el Encuentro de la Universidad de la Santa Croce hoy en Roma, y mañana en la Universidad de Roma 3. Después de esto, vuelvo a Jerusalén. Estoy muy contento de este encuentro, de conocer vuestra no fácil misión, la de los medios de comunicación que tenéis aquí. Que el Señor os bendiga. Empezamos ahora con esta toma de contacto, de noticias, de oración juntos. Oración en común de unos por otros y oración por la paz en Tierra Santa, que es vuestra Tierra Santa, es vuestra Iglesia Madre, donde se encuentran vuestras raíces, nuestras raíces.
P.- ¿Nos puede describir cuál es la situación de los cristianos en Jerusalén, en Tierra Santa?
R.- Como sabéis, el Patriarcado Latino tiene jurisdicción sobre Chipre, Israel, Palestina y Jordania. En Jordania tenemos la mayor parte de fieles cristianos, la mayoría de nuestras escuelas... Tenemos muchos seminaristas de Jordania, el 80 % de los seminaristas son de Jordania. Gracias a Dios, el seminario de Jerusalén está lleno, lleno de jóvenes, hermoso. Solo que la Iglesia en Jerusalén son pocos, pocos fieles... En toda Jerusalén, entre la ciudad antigua y la ciudad nueva somos solamente diez mil cristianos, entre católicos, ortodoxos y protestantes. Mientras que los musulmanes son doscientos cincuenta mil y los israelitas son medio millón. Y nosotros apenas diez mil. Esto nos hace volver al Evangelio, recordar las palabras del Señor cuando decía: «Seréis la sal de la tierra». Esta pequeña cantidad de sal en el mundo, en la sociedad, es la que da el sabor. Espero que nuestros fieles sean responsables de su vocación de dar sabor a la sociedad. Entre los musulmanes por una parte y los hebreos por otra, nosotros podemos hacer de «almohadilla», de puente de paz, de educación. Nuestra fuerza no es nuestro número, somos pocos. Nuestra fuerza no es el ejército, que no tenemos. Pero nuestro testimonio, nuestra caridad, nuestras instituciones, las escuelas, las iglesias, las comunidades religiosas - de las que hay tantas entre nosotros - son nuestra fuerza. Nuestra fuerza es la oración. El sacrificio es nuestra fuerza, la Cruz Santa. Uno no puede vivir y trabajar en Jerusalén sin Cruz, sin el Calvario. Esto lo ha dicho el Señor, pero lo olvidamos a menudo. Él ha dicho: «Si alguno quiere venir en pos de mí, ¡bienvenido! Pero debe cargar con su cruz cada día y seguirme». Así que de vez en cuando Él toma en consideración esta advertencia. Pero Él mismo ha dicho en otro lugar: «No tengáis miedo, no tengáis miedo. Es verdad que tendréis cruz, persecución, muerte... No tengáis miedo, estoy con vosotros, no os dejaré nunca solos, os doy mi paz –la suya - que el mundo no puede dar, y ahora no puede o no quiere dar, que los honores, que la política, que la ocupación israelita no podrá nunca dar». Él nos da su paz, una paz interior, una serenidad, una alegría interior, un modo de vida interior, una convicción de que un día tendremos la resurrección, la alegría, la justicia y la paz. ¿Cuándo? No lo sé. No durante mi mandato, estoy seguro. Aceptamos la paz, aceptamos la alegría, la resurrección y el calvario, todo unido. Pero tenemos en Jerusalén una dimensión mundial por todos los turistas que vienen de Europa, de España, de América. Tenemos muchas comunidades religiosas en Jerusalén, un centenar. Esta es mi fuerza, esta es mi fuerza. Son todas hermosas, buenas. Religiosas y sacerdotes que rezan por mí, por nosotros. Tenemos catorce comunidades religiosas contemplativas, que rezan día y noche. Por ello me siento fuerte, no tengo miedo. Mientras haya este ejército de hermanas, de sacerdotes, de religiosos que rezan por nosotros, no tengo miedo, seguimos adelante con valentía. Luego hay una solidaridad mundial con Jerusalén, que es vuestra casa, vuestra ciudad, vuestras raíces, vuestra Iglesia Madre.
P.- ¿Usted piensa que es posible una convivencia pacífica entre las religiones allí en Jerusalén, en Tierra Santa? ¿Cómo lo ve? ¿cuáles son los principales obstáculos?
R.- La verdad es que tenemos de todo. Sea entre los israelitas como entre los musulmanes, hay gente con la que podemos colaborar muy bien, muy bien... Hay gente de buena voluntad. Pero hay gente insensata, esto es cierto también. En los últimos años se ha dado un despertar del fanatismo religioso, tanto por parte de los musulmanes del Medio Oriente y también de Europa, como de los israelitas entre nosotros, a cada cual peor. El fanatismo y el extremismo es siempre malo, es siempre extremismo. Nosotros intentamos hacer todo lo que podemos por crear una atmósfera de paz: con nuestra amistad, con nuestras escuelas, con nuestra oración, con nuestra Caritas... actividades en las que todos son aceptados, musulmanes, cristianos, ortodoxos... Luego, en las escuelas, donde hay tantos niños de todas las procedencias, ahí es donde empieza el buen diálogo. Cuando los chicos juegan al fútbol juntos, cuando comen juntos, estudian juntos... se crea una amistad, un conocimiento recíproco que puede ayudar también en el futuro. Usamos todos los medios que tenemos, y nos apoyamos en vuestras oraciones y en la solidaridad mundial de la Iglesia Universal, para salir al encuentro de las necesidades de la pequeña iglesia Católica que ha quedado en Tierra Santa.
P.- ¿Usted teme que la presencia cristiana pueda desaparecer de allí o no? ¿Qué se puede hacer en este sentido?
R.- No, no desaparecerá jamás, no desaparecerá jamás. A nivel humano, todo puede suceder, a nivel humano. Pero Tierra Santa no existe solo a nivel humano. Tierra Santa es la tierra de Jesús, y Él es quien ha dicho: «No tengáis miedo, no os dejaré jamás». Entonces, ¿nos dejas o no nos dejas? Eso queremos saber del Señor. Es verdad que Él a veces juega al escondite. Tenemos la impresión de que no está, de que nos deja solos, expuestos a todo. Pero en el fondo, Él camina con nosotros. Cuanto más sufrimos, más camina Él con nosotros. Él camina, escucha, y al final interviene, no nos abandona nunca. Esperemos que tampoco nuestros cristianos nos dejen, me apoyo en vuestras oraciones. Gracias.