El programa Tras las Huellas del Nazareno que ofrece hoy la Fundación EUK Mamie-HM Televisión tiene como protagonista al P. Ibrahim Alsabajh, OFM, Guardián de la comunidad franciscana de Alepo (Siria). El P. Ibrahim habla de su experiencia en Siria, al servicio de la sufriente comunidad cristiana de Alepo, desde la experiencia de los hijos de San Francisco de Asís que, desde hace 800 años, custodian los Santos Lugares y sostienen un difícil diálogo interreligioso en defensa de los lugares de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Este servicio a la fe y a la Iglesia, le ha costado a la comunidad franciscana más de 2000 frailes mártires, testigos del amor de un Dios que quiso hacerse hombre en un lugar concreto de la tierra.
El P. Ibrahim ha estado en España para presentar su libro Un instante antes del alba. Una obra que no fue pensada como libro, sino como un testimonio de todo lo vivido en el Alepo martirizado por la guerra. Lo explica así él mismo: «De vez en cuando enviaba cartas, escribía una especie de diario. De vez en cuando, alguna vez, hacía entrevistas y encuentros por Skype. Y, en un cierto momento, con el material que simplemente compartía, un fraile de la Custodia de Tierra Santa, me pidió si era posible poner todo el material o al menos una parte del material —porque es un material mucho más extenso que el libro—, ponerlo en un libro para compartir de modo más extenso esta experiencia cristiana allí en Alepo. Y acepté sin problema. Era una cosa sencilla, escrito con amor y con la verdad, con el sufrimiento pero, por otra parte con la esperanza. Y era un compartir fraterno que se ha convertido en un libro que se está traduciendo a varios idiomas».
El P. Ibrahim comienza su intervención presentándose: «Soy el P. Ibrahim. Soy de Damasco. Pertenezco a la Custodia franciscana de Tierra Santa. Actualmente soy el párroco, el guardián, de la comunidad franciscana de Alepo. Antes de llegar a Alepo serví en el Líbano, en Jordania y en Tierra Santa en distintos oficios: en parroquias, escuelas, también en la formación, acogida y animación vocacional. Luego me preguntaron si estaba disponible para ir a Alepo en este momento difícil».
Cuando aceptó ir a Alepo, en un momento tan difícil, el P. Ibrahim tenía presente la larga historia martirial de los franciscanos al servicio de la fe y de la Iglesia universal en Medio Oriente. Llevaba clavado en el corazón el testimonio de tantos santos hijos de San Francisco, que nunca han abandonado a su grey, aún a costa de su vida:
«Ciertamente, algo que me ha fascinado siempre es que los frailes franciscanos han realizado un hermosísimo y preciosísimo servicio a toda la Iglesia, a todo el mundo, desde hace varios siglos, poco después de San Francisco, de custodiar estos Lugares Santos, de hacer oración en estos Santos Lugares en nombre de toda la Iglesia católica y de cuidar —desde el punto de vista pastoral, y también desde el punto de vista de la asistencia humanitaria— de todas las familias y de toda la comunidad cristiana que está allí en Tierra Santa. A lo largo de estos años de servicio tenemos dos mil mártires franciscanos que han dado la vida por los hermanos. Y, por tanto, no es algo nuevo lo que hemos afrontado en Siria. Es algo casi de nuestra misma naturaleza y de nuestro servicio en Medio Oriente en el pasado. Los frailes nunca han abandonado a su grey, han permanecido siempre con la gente hasta el final, incluso dando la vida por ellos y por el testimonio de Cristo resucitado».
El P. Ibrahim relata con sencillez lo que ha visto y vivido en primera persona. El calvario de la comunidad cristiana de Alepo:
«(…) Personas inocentes, serenas, desarmadas, son bombardeadas de día, de noche, solo para aterrorizarlas o para echarlas de sus tierras, de sus casas. (…) Eran bombardeados porque vivían abajo, en la parte donde tiene el control el ejército regular de Assad, o han sido bombardeados porque era un barrio cristiano. Algunas veces sentíamos realmente que sus objetivos eran nuestras zonas, nuestros barrios cien por cien cristianos, que era su objetivo esta iglesia, pero no en cualquier momento, sino en el momento de la Santa Misa principal del domingo, y buscan hacer el mayor daño posible para matar a más personas. O durante la Semana Santa, especialmente el Viernes Santo, donde siempre hemos tenido una cita con la hermana muerte y con el terror durante años y años».
Los cristianos, y todos los habitantes de Alepo, sobreviven en unas condiciones inhumanas. El P. Ibrahim explica los efectos de enfermedades físicas y psicológicas en los supervivientes de esta locura:
«La falta de electricidad marca la vida de Alepo. La carencia absoluta de electricidad. Y vivir sin agua. Últimamente se fue el agua durante setenta días. Le gente tenía que sacarla del pozo y cargársela a la espalda, en cubos de agua, hasta los pisos más altos. Sufren también la falta de trabajo, que es lo que da dignidad al hombre. Tenemos una tasa de paro del 85%. Tenemos una pobreza increíble: el 95% de nuestras familias viven bajo el umbral de la pobreza. Tiempo atrás, nuestros benefactores eran locales: muchísimas familias ricas que ayudaban a los pobres de la parroquia, a los pobres de Alepo. En cambio, ahora tenemos una población empobrecida, totalmente dependiente de la ayuda que ofrece la Iglesia. Gente aterrorizada, agotada… Al cabo de seis años de guerra, vemos el resultado en la piel de la gente. He dicho “piel”, porque tenemos muchas enfermedades que se ven en la piel de los niños, como reacción a este terror y esta tensión vivida. Y lo mismo con las enfermedades raras que aparecen como resultado de tantos misiles, a veces llenos de sustancias que está prohibido usar en las guerras. Y lo mismo con la salud psicológica de las personas. Además de ser mutiladas en el cuerpo, muchas personas, muchos niños, llevan esta semilla, muy fuerte y visible, de trastornos de todo tipo. Han pasado seis años y la guerra aún no ha terminado, y nosotros vemos estos resultados devastadores. Vemos al hombre herido en su dignidad, un hombre destruido. Vemos una familia destruida, pero vemos una sociedad completamente destruida, un país totalmente destruido. Y estamos llamados a servir al hombre que está en esta condición intentando restituirle un poco de dignidad».
El P. Ibrahim confiesa haber sufrido miedo, y tenerlo aún hoy. Por eso, es emocionante escucharle decir: «Tener miedo es humano. También Jesús tuvo miedo en el Huerto de los Olivos. Pero basta con no dejar que el miedo reine en el corazón, como le sucedió a Pilato y a San Pedro. Hay que afrontar el miedo, y todos estos sentimientos humanos, con la oración, que es abandono confiado al Padre. Ofrecer todo al Padre y estar preparados con mucha paz en el corazón, en todo. Ofrecer este miedo, como todos los demás sufrimientos y dificultades que tenemos cada día. Es entonces cuando uno llega a sentir —pero no es una cosa nueva para nosotros como consagrados, como sacerdotes— que tomamos fuerzas del sacrificio vivo, del sacrificio de la Eucaristía. Y parece que mientras vamos viviendo estas situaciones por amor de Dios y junto a los hermanos, experimentamos más la Pasión y la Muerte de Jesús. (…) Todos nosotros descubrimos que cuanto más damos, es cuando más sentimos una fuerza, una paz y una alegría, pero una fuerza para ir más allá, un valor que se aumenta, la caridad misma que renace de nuevo y se hace cada vez más fuerte. (…) Es lo que nos empuja a dar cada vez más».
El P. Ibrahim conocía la parroquia de Alepo porque había estado temporalmente en ella, durante una Semana Santa, años atrás: «Pero cuando fui y vi a mi gente durante la crisis, la he visto transformada, la he visto más hermosa. Más purificada con el sufrimiento. Más orante y más obediente. Más obediente cuando uno dice la Palabra de Dios. Por ejemplo, hay una cosa que da risa, pero que manifiesta también la obediencia de esta gente. Un domingo, estaba hablando a la gente en la homilía sobre la conversión, y estaba hablando de la importancia de la confesión. En nuestra iglesia, está siempre la luz encendida en el confesionario, y la gente durante las misas viene a nosotros a confesarse. Había un Padre que estaba en el confesionario tan tranquilo, y había alguno confesando. Y yo estaba hablando con un tono muy fuerte, diciendo: “Tenéis que convertiros y confesar vuestras culpas”. Y seguía hablando así, con sencillez. Terminada la homilía, continué la misa. Después de misa, no encontraba al sacerdote. “¿Pero dónde anda el Padre?”. Y, dos o tres horas después de la misa, aparece y le digo: “¿Qué te ha pasado? ¿Dónde estabas? Estaba preocupado, no te veía”. Y me dice: “No sé qué le ha pasado a la gente. Toda la iglesia ha venido a confesarse esta tarde”. Esto, para decir que me llevé una sorpresa muy grande al ver otro tipo de personas. Al ver personas verdaderamente orantes, que cuando vienen, llenan las iglesias, y cuando rezan, rezan con todo el corazón y están prontos a la escucha. Y, como sabemos por experiencia, cuanta más escucha hay, más sanación del corazón. Y gente pronta a la escucha, pronta y disponible a la obediencia: es gente más hermosa por dentro, mucho más hermosa. Y yo confieso también, que alguna vez, al ver esta salvación tan cercana a esta gente martirizada, yo decía como decía san Agustín: “Feliz culpa, feliz esta crisis, feliz esta guerra que ha traído así tanto bien a la Iglesia”.»
El papel de la Iglesia en Siria ha sido el de una madre. El P. Ibrahim reconoce que, cuando se ordenó sacerdote, no podía imaginarse que el Señor le pediría hacer de bombero, médico, ingeniero, policía y otras cosas, tantos servicios humanitarios que ha realizado en nombre de la Iglesia. Porque, como él dice: «No hacemos otra cosa sino manifestar el verdadero rostro de la Iglesia, ese rostro verdadero de la Iglesia Madre y que es, en palabras del Santo Padre Francisco, la mano tierna de Dios. Es lo que hacemos ahí, no solo a nuestros cristianos, a nuestros hijos, sino también a nuestro hermanos y hermanas musulmanes».
La realidad con la que se enfrenta la población de Alepo, y en buena medida todo el pueblo sirio, es desoladora y tremendamente dura. Aunque las milicias armadas hayan abandonado el lugar, la ciudad ha sido literalmente reducida a ruinas: «(…) Hemos entendido que para reconstruir Alepo necesitaremos muchísimos años. Hemos descubierto que, es verdad que no tenemos misiles que caen sobre nuestras cabezas, sobre nuestras casas, pero que las condiciones de vida no han cambiado. Es más, la vida está cara, se hace cada vez más pesada. Ha aumentado el precio de las medicinas, algunas en un 70%, pero otras —decenas de ellas— en un 400%. La falta de electricidad, de trabajo y de agua continúan hasta hoy. Y luego pensar lentamente en reconstruir la cosa más importante y fundamental, que es el hombre. Tenemos muchas preocupaciones. Hemos empezado a palpar con nuestras manos cuánta destrucción hay en el corazón de nuestros niños, de nuestras madres, de nuestras mujeres, de nuestros ancianos, de nuestro pueblo. Es un proceso de sanación, diría yo. Alepo, ya muerta, ha sido entregada de nuevo al pueblo, después del 22 de diciembre. Necesita vida y curación. Y pienso que esta curación y esta vida viene solo a través de Jesús. Y solo a través de la obra de la Iglesia. El gobierno no puede, el gobierno está empobrecido. Es un milagro que siga dando los salarios a los empleados estatales. Han dicho claramente que no pueden, ni resarcir por las casas, ni reconstruirlas, no dar electricidad o resolver el problema del agua. No pueden teniendo todavía al ISIS en Siria. Pero nosotros, como Iglesia, a pesar de todos nuestros límites, a pesar de todas las dificultades, con todo lo que hacemos, nos presentamos realmente como un punto de referencia muy creíble, no solo para nuestros hijos cristianos, sino también para nuestros hermanos y hermanas musulmanes».
No habla en teoría este valiente franciscano. Solo en su parroquia se están desarrollando treinta y tres proyectos de servicio y ayuda: «He ahí que la Iglesia se muestra, no solo como madre, sino también como su Maestro, que sabe inclinarse, coger del suelo y lavar los pies de esta humanidad sufriente. Seguimos adelante. Seguimos adelante gracias al trabajo de toda una Iglesia, de todo el cuerpo místico de Cristo en el mundo. Nosotros somos poquísimos frailes franciscanos. La iglesia de allí entera, todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, somos pocos. Solos no podemos. Podemos dar la vida, podemos estar siempre presentes, pero tenemos la conciencia de estar presentes en nombre de la Iglesia y para representar a la Iglesia de todo el mundo a este pueblo martirizado. Es gracias a la conciencia de tantos, gracias a la ternura de Dios que pasa a través de sus miembros esparcidos por todo el mundo, gracias a vuestras oraciones, de todo el mundo, gracias a las ayudas hechas también por los pobres de todo el mundo, para nosotros, que podemos hoy ir adelante en esta misión yo diría imposible, en Alepo, en Siria, en Medio Oriente, en este momento tan difícil de la historia».
Cuando le preguntan por las virtudes que ha visto en el pueblo sirio, el P. Ibrahim afirma que, ante todo, la paciencia. Para vivir en las condiciones en las que viven sin desesperarse, es necesaria mucha paciencia. Y una fe fuerte que, puesta a prueba, ha resistido el empuje y resplandece mas luminosa aún que antes. Y la caridad. Es emocionante escuchar este punto directamente de sus labios: «Caridad hacia los enemigos, caridad hacia los que lanzan misiles sobre nosotros. Caridad hacia los que nos matan, hasta el punto de rezar siempre por ellos, por su conversión, para que el Señor ilumine su corazón». Este crecimiento en las virtudes, ha vuelto cada vez más hermosos a los cristianos sirios. Por eso, el P. Ibrahim, no duda en afirmar: «La prosperidad es lo que nos hace daño. La persecución no ha hecho nunca daño a la Iglesia, como san Lucas intenta mostrarnos en los Hechos de los Apóstoles. Lo que me da miedo es la prosperidad, no la persecución, porque siempre, después de cada persecución a los cristianos, contemplamos una Iglesia que se hace cada vez más fuerte y más numerosa en fieles y en creyentes».
El P. Ibrahim se despide con un doloroso llamamiento: «Ante todo quiero deciros a todos vosotros que, ¡por favor!, sigáis rezando por nosotros. Hay tantos momentos en los que me he sentido con las espaldas resguardadas. He sentido qué quiere decir “rezamos por ti”. He sentido de manera muy palpable qué quiere decir que la Iglesia reza por nosotros y reza por el pueblo sufriente de Siria. Entonces, pido intensamente que esta oración sea continua. Y pido también que las ayudas sean concretas y siempre presentes. (…) La Iglesia local (de Alepo) depende completamente de vuestra caridad».
Pero hay otra petición que brota de lo más profundo del corazón de este sacerdote: «Pido a los cristianos de todo el mundo que no se relajen y que no se entreguen a la prosperidad. La prosperidad es más peligrosa incluso que la misma persecución. Intentemos vivir en serio nuestra vocación cristiana, intentemos profundizar, no estar nunca satisfechos con el nivel de profundidad que hemos alcanzado. Que profundicemos siempre en el conocimiento verdadero, personal de Jesucristo, para ir hasta las últimas consecuencias, para vivir todo lo que nos dice y nos enseña Jesús en el Evangelio.