“Dios ha visitado a su pueblo” y lo sigue visitando, pero no de forma anónima y personal, sino a través de vosotros, de lo que hacéis, a través de los nuevos que se incorporan a la comunidad formativa, a través de la gente que conocemos, aunque nos parezcan insignificantes.
Dios visita a su pueblo y eso es lo que nos sostiene. Eso es la maravilla del comienzo del curso: el saber que no es simplemente una rueda que comienza y que esperamos terminar, sino que este nuevo año es un año para comprobar y para hacer posible –a través de vuestro sí, de vuestro cambio, de vuestro crecimiento, del de todos nosotros– no solo que seamos buenos, sino que Dios visite a su pueblo y que Dios siga visitando.
El Evangelio de hoy, esta lectura continua, nos lleva a Naín, un pueblo cualquiera, un lugar de paso. Nos pone delante dos multitudes, dos procesiones que se cruzan: una es la que acompaña a Jesús, como nosotros, los que vamos todo el día, venimos del verano, comenzamos un curso. Pero a esta procesión, este grupo que empieza sus cosas, de repente la vida le pone en medio y le cruza con la realidad, otra procesión, otro grupo. La otra es un grupo que acompaña a una madre que ha perdido a su único hijo. Una procesión de vida que se encuentra con una procesión de muerte.
En el corazón de este Evangelio que hoy se nos regala hay una frase muy sencilla: “Al verla, el Señor se compadeció de ella”. Irían hablando de sus cosas, de proyectos, de lo que tenían que hacer; irían metidos en sus líos, pero Jesús, al verla, se compadeció de ella. La verdad es que no es un milagro espectacular, no es algo en sí mismo muy aparatoso, pero sí nos deja ver quién es Jesús y qué entrañas tiene. Jesús no pasa de largo, no se queda metido en su grupo con los discípulos explicándoles, intentando que crezcan. No, no le interesa ni la fama ni los objetivos, lo que le mueve es la realidad que tiene delante, una realidad que mira con compasión.
La viuda de Naín no pide nada, no grita, no reclama, no hace manifestaciones; solo camina sola, rota, con el duelo a cuestas, como tanta gente. Y Jesús, al verla, se conmueve y, entonces, actúa. Este el orden del Evangelio: primero mirar, después conmoverse y, solo después, actuar.
La vida, nuestras vidas, está llena de procesiones de duelo, de gente que camina a nuestro lado. Gente que conocemos y que pasamos muy a menudo en medio de sus vidas con soledades, con heridas, con pérdidas, con desesperanzas. También está la otra procesión, que empieza también este año con todos los que aquí estamos: la que sigue a Jesús, los que soñáis, los que cantamos, los que esperamos.
Pero, quizás, este Evangelio nos pone en nuestro sitio. Nuestra vocación es estar en la encrucijada. Nuestra vocación está donde está Jesús, donde se cruzan los caminos, donde se encuentra la procesión de los discípulos pero que son capaces de encontrarse con todas las viudas de Naín y con todos los grupos que pasan delante de Jesús.
Por esto, este Evangelio nos da una oportunidad preciosa para empezar el curso y para darnos las claves de este curso, cómo empezar.
Aprender a mirar
Primero nos dice dónde estáis, porque a veces estamos muy metidos en lo que hay que hacer, en lo que ya sabemos, en lo que ya construimos, en lo que creemos que hay que hacer, en lo que creemos que hay que decir y en lo que tienen los otros que pensar. Sin embargo, Jesús nos dice: os quiero en el cruce de caminos. Eso es terrible, porque seguridades nos da pocas.
¿Cómo estar en este cruce de caminos?: como Jesús. Lo primero que se nos pide es aprender a mirar. Este Evangelio, puesto hoy al principio del curso a todos vosotros que estáis en un momento de crecimiento, de formación, es una especie de espejo. Querer ser cura no es empezar predicando, ni organizando, ni siquiera administrar las cosas o decir a la gente lo que tiene que hacer. Todo empieza, toda buena formación empieza por aprender a mirar y no de cualquier forma, sino mirar como mira Jesús, no como miro yo ni como dicen mis esquemas que hay que mirar.
El aprendizaje fundamental es mirar como mira Jesús. Mirar con ojos que no juzgan, sino que se dejan herir por la realidad y por la realidad que encuentro, y se dejan interpelar y formar también por la realidad. Un pastor no es alguien que sabe teorías, sino alguien que se deja afectar y configurar por las heridas de la gente y por lo que interpela nuestra gente y el pueblo de Dios. No se puede acompañar de verdad si uno mantiene distancia o si uno va con una verdad, con un estandarte, intentando que los otros se amolden a ella. Hay que arriesgar, sí, como Jesús arriesga, y hay que arriesgar el corazón
Para esta mirada necesitamos que os encontréis a diario con la oración, con la interioridad, con constancia, pero con el poso que deja la oración; en continua humildad, donde es Jesús y su mirada quien marca y el que va conformando cómo afrontar la realidad.
Esto a todos –a los obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a todos vosotros– nos baja un poco el estandarte y nos quita pretensiones de grandeza. Y nos coloca el corazón, sintoniza el corazón para escuchar a Dios y reconocerlo en todas las viudas que encontramos en los caminos, en nuestra sociedad y en toda la gente que se atreve a pedir ayuda.
Para mirar necesitamos que la oración nos enseñe a detectar –y esa es la tarea del discípulo– por dónde pasa Dios, y enseñar a nuestra gente a desvelarle no ideas ni formas; ante todo a desvelarle que la gente que entra en contacto aprenda a ver por dónde Dios está presente en su pueblo, por dónde Dios visita a su pueblo. Esa es nuestra tarea.
Mirar de forma nueva nos hace intrépidos. Jesús no tiene miedo de tocar el féretro. Eso está prohibido, eso no se puede hacer –como tantas cosas hay prohibidas–, pero Jesús se salta lo prohibido. No tiene miedo de tocar lo muerto porque sabe que su mirada da vida, no se deja contaminar. Se acerca a lo intocable, a lo impuro. Así también todos nosotros, con la mirada valiente de Jesús, estamos llamados a tocar las heridas, a entrar en las fragilidades de nuestra gente. No tengáis miedo, porque ese es el punto de cita con Dios.
Quien está al lado de Jesús está en los cruces de los caminos, y eso no es seguro, pero ahí es donde está. No está en las seguridades ni camina con las seguridades, pero está con las heridas. El ministerio, en estos tiempos que corren, no es para los escenarios cómodos sino para las viudas, para tantas procesiones de nuestro mundo con el duelo a cuestas que están pidiendo dónde habita Dios en medio de su pueblo.
Hombres de compasión
En este inicio de curso Jesús también en el Evangelio nos pregunta por la compasión. La compasión no es una seguridad, cuando alguien se compadece de alguien se desinstala y entra en crisis. No tengáis miedo a las crisis, que estáis muy acompañados.
La compasión provoca crisis, como la que pasaron los discípulos diciendo que cómo este hombre tocaba el féretro, cómo entraba en relación con alguien que estaba muerto. Los discípulos entran en crisis continua porque les cuesta entender el salto de compasión que da Jesús.
Queridos amigos, nuestra vocación no es tenerlo todo claro, pero es ser hombres de compasión; que se nos conozca por eso, porque esa es la cúpula que nos sitúa en la órbita del Evangelio. No solo hay que saber mucho –que hay que saber, hay que estudiar y hay que ponerse las pilas–, no solo hay que tener buenas ideas; lo esencial –y sin esto la formación no se construye– es dejarnos conmover y que el corazón no se endurezca. Un corazón duro no es un corazón de pastor.
La Iglesia no necesita hombres duros, no necesita funcionarios de lo sagrado. La Iglesia necesita testigos que lloren con los que lloran y que anuncien la vida allí donde parece que todo está perdido, en medio de tantos duelos de nuestro mundo.
Es verdad que eso nos pone en crisis, pero no tengáis miedo. La compasión no es sentimentalismo, no hay que ponerse triste. No se trata de eso, es dejarse afectar, dejar que el sufrimiento –sin quedar atrapado en él– nos llegue al corazón y nos llegue a ayudar a descubrir la presencia de Dios en él. Este es el corazón del pastor, el que, dejándose compadecer, sabe ofrecer la luz y sabe decir por dónde está Dios.
Para esto, para dejarse compadecer, tenemos una herramienta fundamental que trabajamos y que subrayamos: aprender, con la realidad que llega, a discernir; pero no solitariamente, sino comunitariamente. Ahí tenéis a todos vuestros acompañantes que os insisten en ello. El corazón del pastor es el que acoge la realidad, pero la discierne también con otros, sabiendo que los criterios también me los dan los otros; me los da la Iglesia a través de los formadores, a través de los compañeros, a través de la gente de nuestras parroquias y de nuestros destinos pastorales.
El discernimiento es la clave para acoger esta formación, sabiendo que la última palabra no la tengo yo; la última palabra la tenemos juntos. Solo aquel que ama sabe la humildad de que la última palabra la tengan los otros. Eso es lo que nos va a ayudar a descubrir la voluntad de Dios, esa es la herramienta del discernimiento y la herramienta del crecimiento dentro del seminario. Con humildad y compasión dejar que entre todos descubramos por dónde está Dios y qué es lo que Dios quiere.
El pastor –nos lo dice el Evangelio y lo vamos sabiendo– no es un hombre solitario ni un francotirador, sino el hombre de comunidad que, compadecido, deja y aprende a discernir la voluntad de Dios con los demás, y ayudar a los otros que también la disciernan.
Artesanos de comunidad
Por eso, con la compasión discernida, Jesús al final de este Evangelio nos da la tercera clave también para este curso.
Cuando Jesús resucita al hijo de esta mujer, devuelve a este hijo con su madre. No solo le devuelve a la vida biológica, le devuelve a aquel grupo, a aquella comunidad. Devuelve la esperanza, devuelve el futuro, hace posible la comunidad.
También vosotros cuando entráis en la formación, cuando entráis en la pastoral, cuando entráis en los estudios, cuando acompañamos, el horizonte que tenemos es devolver a la gente que se cruza en nuestro camino la posibilidad de creer en la vida, incluso cuando están tocados por la muerte, y devolverlos siempre a una comunidad, porque Dios está presente en ello.
No somos nosotros el destino ni que nos quieran, no somos nosotros los que recibimos el cariño. Quien recibe el cariño de tanto milagro y de tanto paso de Dios es la propia comunidad, esa que tenéis que construir y que construiréis, esa a la que estáis llamados a que crezca en medio de los caminos de la vida.
Cultivad, queridos amigos, la fraternidad. Aprended a crear comunidades con los hermanos seminaristas, con toda la comunidad formativa, con los formadores y con todo el pueblo de Dios. Ese es el aprendizaje que necesitáis para ser pastores. No seáis lobos solitarios o solo amigos de los que son como vosotros, sino ser amigos de los heridos, de los que os ponen en crisis, de los que os interpelan, de los que no entendéis. Aprended a ser pastores en medio de la diversidad, una diversidad que la pone Dios y que Dios regala.
Sed hombres de comunidad que aprenden que es la comunidad la que nos forma, la que nos discierne y, así, seréis artesanos de comunidad en el futuro. Disponeos a compartir, a aprender en este curso a vivir juntos, a soportar tensiones y crisis, a perdonar, a acompañar, a fallar y a volver a empezar, pero siempre con otros, comunitariamente.
No temáis. Dialogar, preguntar, mostrar la debilidad, sed acompañados como aquella mujer incluso en medio del duelo, pero dejaos modelar por el pueblo de Dios.
Pidamos hoy al Señor en este inicio de curso que nos haga valorar que Dios habita en medio de nosotros. Dios nos ha visitado y, curiosamente, por cada uno de vosotros y vosotras. Dios nos ha visitado. Dios sigue habitando y Dios sigue haciendo este milagro. Lo único que nos pide es que estemos en el cruce del camino, que no nos cerremos en nosotros mismos, que estemos allí donde se juntan las viudas de Naín y los que siguen a Jesús para mirar, para compadecerse y, desde ahí, actuar y generar las comunidades que Dios quiere.
Feliz curso, pasarán cosas buenísimas este año. Feliz curso a todos. Feliz curso también a los que os incorporáis a esta aventura. Feliz curso a los que llegáis nuevos a esta preciosa procesión de los que siguen a Jesús. Feliz curso porque Dios, gracias a vosotros, sigue visitando a su pueblo.