España

Miércoles, 15 junio 2016 12:58

El misionero Ramón Navarro desde Etiopía

La delegación de misiones de Pamplona comparte con OMPress, el testimonio de Ramón Navarro, misionero en Etiopia.

«Supongo seguís todos bien y trabajando sin parar para animar misionalmente a toda Navarra. Hace tiempo que no nos escribimos pero fue por lo mal que lo pasé esos meses atrás. Han sido 8 meses luchando contra el cáncer y la quimio (que no aceptó mi cuerpo serrano) y en los que no tuve ganas de casi nada. Ahora ya ha quedado todo atrás.

Mis permisos etíopes (para poder seguir viviendo aquí) caducaban el 31 de mayo y si quería renovarlos tenía que recibir el "alta médica" y salir pitando. Apenas me la dieron: viaje a Corella a despedirme de mis hermanos/as, vuelta a Madrid, hacer las maletas y coger el avión.

Al llegar a Addis Abeba visité a Puri, una comboniana de Talavera, en su casa de ‘Emmaus’ donde vive con otras dos combonianas y, en este preciso momento, tienen acogidas a cuatro madres solteras cada una con sus hijos. Su trabajo consiste en atenderlas, cada una con su drama a sus espaldas, y ayudarlas a regenerarse. Normalmente las tienen allí un año o, si no el tiempo que aguanten hasta que deciden marcharse a buscarse la vida en la calle, alquilando una “habitación” en la ciudad o vuelven a sus familias de donde salieron o fueron echadas por sus padres. Como puedes imaginarte ninguna de estas soluciones es aconsejable pero es lo que hay.

Para ir hasta donde se encuentra la comunidad de las Hermanas cogí el Metro. Es ‘exterior’ (va por encima de las calles de la ciudad) y ha sido una obra mastodóntica realizada por los Chinos. Consta de dos líneas, hasta el momento, que cruzan la ciudad de Norte a Sur y de Este a Oeste. Pasa casi por delante de la casa de las combonianas y a 5 minutos de la nuestra. Pregunté donde se cogían los billetes, pagué 2 birr, y me subí a la plataforma. Quería haberme vuelto con el Metro pero Puri se ofreció a llevarme a casa en su coche aprovechando para llevar, de paso, hojas de verdura a los conejos que crían en la casa Provincial. Pensé que el Metro se les ha quedado pequeño. Cantidad de gente lo usa, el precio del billete es razonablemente bajo, y, por lo visto y comprobado, tampoco ha servido para que el tráfico de coches sea más fluido pues los atascos siguen como siempre.

En Addis llegó a mis oídos una noticia bomba; el Ministro de Educación no tuvo más remedio que salir en el telediario a decir a la población estudiantil que debido a ciertas anomalías se habían visto obligados a suspender los exámenes de 12ª. Es el curso anterior al ingreso en la universidad. ¿Qué había pasado y cuáles eran esas anomalías? Sencillamente, se había venido a saber que habían ‘hakeado’ los exámenes y dado las respuestas por internet. Ahora se sabe que los exámenes van a tener lugar en julio y, por tanto, se piensa que para que no haya otro ‘sabotaje’ parecido lo que harán será cerrar internet a cal y canto e intentar que haya tranquilidad. Lo que pasa que los ‘topos’ los tienen dentro de sus diferentes rangos y profesores y será difícil acallarlos. Veremos a ver lo que sucede.

Sigue la ‘alerta máxima’ por todo el país no solo por temor a atentados de Al-Shabah sino también debido a la insurrección y algaradas, con muertos por represión de las fuerzas del orden, habidas dos meses atrás en la mayor parte del Sur del país. Mi compañero John (ghaneano) me contó que por la misión hubo solo ‘palabras gruesas de gente exaltada’ más que enfrentamientos. Enseguida aparecieron los ‘federales’ (soldados armados hasta los dientes quienes primero disparan y luego preguntan) y lo que hicieron fue averiguar quiénes eran los autores de los pasquines subversivos que se habían colgado por paredes y árboles de las aldeas y pueblos de por la zona y ¿os imagináis quienes fueron? Pues ¡los ‘moteros’! Confiscaron más de 300 motos, metieron en la cárcel a sus chóferes quienes poco a poco fueron saliendo en libertad, y exigieron a los ‘amos de las motos’ (entre ellos estaba nuestro director de la escuela con sus tres motos) pagasen 3.000 birr por cada una para poder conseguirlas y seguir trabajando. ¡Buen negocio!

El miércoles emprendimos viaje a la misión acompañados de Lydia, una enfermera Centroafricana que trabajó conmigo, que precisamente volvía de Roma después de haber hecho un año sabático. A media tarde llegamos a Awasa. Nos esperaba Aldo quien se emocionó al verme y darnos un abrazo. Y también Olga, actual directora de nuestra clínica, que anda sacándose el carnet de conducir y que no se creía me tuviese delante. También yo tuve la misma impresión. Es un milagro patente.

El jueves por la mañana pasamos por la misión de Dongora a saludar al único superviviente, P. Giuseppe que casi no oye y anda con un ojo a la virulé, ya que los otros dos que estaban con él se han ido. Uno es el Obispo emérito quien después de la muerte del Obispo titular hace 15 días ha sido encargado por el Nuncio de coger las riendas de la diócesis mientras no se nombra al nuevo y se ha trasladado a Awasa, y el que hace de superior y párroco acababa de marcharse a Italia de vacaciones y para controles médicos.

Llegué a la misión el jueves. Al llegar todo fueron abrazos y saludos afectuosos de la gente. Cuando todo se tranquilizó nos quedamos solos y aprovechamos para celebrar nuestra 1ª Misa de acción de gracias juntos y cenamos acabando con una copita y una tarta. Todo muy emotivo y cercano. Y así nos fuimos a la cama la primera noche de mi estancia en la misión.

El sábado John me convenció para que fuera con él a Layo, una iglesia al otro lado de un río donde se iba a congregar una gran multitud de gente para celebrar el ‘Jubileo de la misericordia’ y había que confesarles. Rita, comboniana, no estaba de acuerdo en que fuera, demasiada paliza para el cuerpo, pero como le dije a John que si íbamos en coche le acompañaba lo intentamos. El río está bastante crecido pero por la mañana John lo había cruzado para llevar un generador y eso me animó. La primera idea había sido ir en moto... ¿te imaginas? luego fui en coche y cuando vi el caudal de agua me asusté. Para colmo John se puso a meter las marchas cortas y lo hizo tan mal que el coche se le deslizó hasta el agua sin haberlas metido y se caló; me asusté pensando que el agua nos podía arrastrar. Subimos la cuesta y empezamos a ver nubes borrascosas y negras... me costó un rato convencerle de que de allí no salíamos si se ponía a llover y cuando empezaron a caer unos gotones enormes dimos la vuelta. ¡Vuelta al río! Esta vez llevábamos las marchas cortas metidas y solo tuve que decirle que lo cogiese con buena velocidad para no pararnos. Las monjas se alegraron de verme, estaban rezando para que no me pasase nada, y John se cogió una moto y volvió a marcharse.

Y vamos a la noticia menos buena. He comprobado que nuestros Guyi siguen siendo ‘curiosos’ y lo tocan todo. Como mi compañero Eliseo no puso protección alguna en los pozos lo primero que hicieron fue abrir y cerrar el grifo (llave de paso) que puso en el pozo nuevo para dejar pasar el agua del viejo a los tanques. A alguien se le ocurrió cerrarla y lo que pasó fue que la presión del agua que subía no encontró salida e hizo explotar el tubo de pvc. John me enseñó el agujero que se originó y el pedazo de tubo que tuvieron que cambiar. Ahora ya han puesto una red metálica en cada pozo y es de suponer que durante algún tiempo no se acerque nadie por allí.

Y con esto acabo por esta vez. Seguid rezando por mí yo lo hago por vosotros».

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