Mons. Leonardo Lemos Montanet, obispo de Ourense, escribe a los niños de su diócesis con motivo de la Jornada de Infancia Misionera que se celebrará el domingo 24 de enero próximo.
«¡Muchísimas gracias! Este año el lema escogido para la Jornada Mundial de la Infancia Misionera es muy breve: Gracias. Cuando me lo comunicaron me llevé una gran alegría, porque en una sociedad como la nuestra, tan pagada de sí misma e impregnada de un fuerte neopaganismo que lo invade todo, y en ocasiones, también el corazón de los creyentes, es necesario que los que hemos recibido, por don de Dios, el anuncio del Evangelio de la Alegría, nos esforzaros por ser personas con un corazón agradecido.
¡Gracias, muchas gracias, muchísimas gracias! ¿Cuántas veces a lo largo de nuestros días repetimos esta palabra? ¡Gracias! Desde la perspectiva de la fe, en todos los momentos de nuestra jornada debemos dar gracias a Dios por todos los beneficios que recibimos de él; de muchos somos conscientes, pero ignoramos la mayor parte de ellos. Incluso la contrariedad y la cruz, las dificultades y los problemas se convierten en cauce de gracias. También es verdad que en ocasiones nos encontramos con personas que pocas veces dan gracias, o que incluso pueden tener el alma encogida en su pequeño o gran mundo de tal modo que están incapacitadas para todo gesto de agradecimiento. Bien es verdad que nos alegra constatar que son muchos más aquellos que agradecen cualquier cosa, aunque sea insignificante, y que lo hacen con una sonrisa.
Esta experiencia de constante agradecimiento, acompañado siempre por una sonrisa, lo he podido vivir hace escasamente unas semanas. Después de asistir y presidir el rito de la Apertura de la Puerta de la Misericordia en la catedral de San Martín, justo al día siguiente, emprendí viaje al Ecuador para visitar la Misión diocesana de Jipijapa. ¡Era la primera vez que la visitaba! Ha sido una experiencia indescriptible, en donde el agradecimiento estuvo presente desde el primer día. Fueron ocho jornadas intensas en contacto con aquella realidad enriquecida por la alegría y el agradecimiento de una gente, la mayor parte muy joven, que me ayudó a superar cualquiera de las dificultades con las que me pude haber encontrado.
Comunidades con muchos niños y jóvenes, seguro que con muchísimas dificultades, mucho más graves y serias que las que nos podemos encontrar en nuestro ambiente, y sin embargo, no faltaba nunca ni una sonrisa, ni su agradecimiento. Necesitamos aprender de aquellos que desde sus pobrezas saben valorar lo que tienen sin angustiarse por lo mucho que les falta. Asistir a las celebraciones de la penitencia, que se organizaron en las dos sedes de la parroquia de Santa María Madre y en los demás recintos que atienden nuestros dos sacerdotes diocesanos allí destinados, ha sido una experiencia de gracia; poder administrar el sacramento de la Confirmación, a cerca de doscientos jóvenes que estaban receptivos y lo recibían con piedad fue un acontecimiento que me ha enriquecido personal y espiritualmente. No podré olvidar jamás la santa Eucaristía que celebrado en los dos complejos parroquiales de la misión diocesana, era el IV Domingo de Adviento, aunque en aquellos lugares la perspectiva litúrgica está llena de unas fuertes connotaciones navideñas. Ese día han recibido la primera comunión un numeroso grupo de niños y niñas tanto de aquellas parroquias como de los otros lugares, recintos o, como las llamaríamos aquí, aldeas que atienden nuestros sacerdotes. Han sido momentos en los que he podido descubrir, una vez más, que la mies es mucha y los obreros son pocos. Con qué poco se conforman en aquellas tierras y qué profundo es el sentimiento religioso de aquellas gentes.
El papa Francisco nos está llamando a la misión, una actividad que debe comenzar por nuestro corazón convertido, para que desde ahí se pueda expandir y llevar a cabo una pastoral más misionera. La Iglesia es esencialmente misionera. Nuestra Iglesia particular ha sido y quiere seguir siendo misionera, por eso hoy seguimos apostando por ser una comunidad en misión. Todos los agentes de pastoral de nuestra Diócesis estamos convocados a una nueva tarea evangelizadora y para ello el Día de la Infancia Misionera nos da una clave por la que debemos apostar: hacer que crezca en cada uno de nosotros el corazón agradecido que descubrimos en los niños. Solo si somos capaces de agradecer y valorar lo mucho que tenemos seremos testigos creíbles del Evangelio y la gracia del Señor nos ayudará a crecer en esa acción de gracias a Dios y a los hermanos por lo mucho que tenemos; si actuamos así seremos capaces de dar gracias como lo hacen los niños».