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Viernes, 16 diciembre 2016 14:55

Monseñor Behnan Hindo, un «hijo de mártires», explica qué está pasando en Siria en 'Tras las Huellas del Nazareno'

Monseñor Behnan Hindo es el arzobispo para los siro-católicos antioquenos de la diócesis de Hassaké-Nisibi. Su diócesis está al nordeste de Siria, en la región llamada Mesopotamia siria, entre los ríos Tigris y Éufrates. Es un pastor generoso y entregado, no solo a sus fieles siro-católicos antioquenos, sino a todo aquel que le necesite. Lo demuestra con hechos concretos que, en las circunstancias de una guerra tan dura como la que está destruyendo Siria, llegan a ser heroicos. Pero todos saben ya estas alturas del conflicto que, a monseñor Hindo, no le llega un dólar o un paquete de ayuda que no distribuya con todo el que lo necesite, sea este católico, musulmán o cristiano de otra confesión. Y es también un hombre de una gran fortaleza interior, que se define a sí mismo como «hijo de mártires». En efecto, era solo un niño cuando tuvo que salir de su Turquía natal huyendo del genocidio contra los cristianos armenios y sirios. Reflexionando sobre esta realidad, afirma: «Cuando somos hijos de mártires tenemos una fuerza que nos viene de la sangre».

Seguramente gracias a esta fortaleza interior, y gracias a su celo de pastor entregado, Monseñor Hindo no tiene miedo a hablar y a relatar lo que de verdad ha ocurrido en Siria, y que se repetirá mil veces más, en Siria y en otras partes del mundo, si seguimos pactando con lo «políticamente correcto» y evitando conocer la verdad. Monseñor Hindo comienza relatando lo que de verdad pasó en la supuesta masacre de Daraa y desmonta, con datos muy precisos, la falsedad de que el conflicto sirio sea una guerra civil.

Escuchemos a Monseñor Behnan Hindo, arzobispo para los siro-católicos antioquenos de la Diócesis de Hassaké-Nisibi (Siria):

«Las armas ya estaban preparadas»

Monseñor Behnan Hindo es también un hombre sincero, al que le gusta llamar a las cosas por su nombre. No es políticamente correcto, pero le convierte en un más fiel discípulo de Cristo, que pidió: «Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 37). Por eso, a la pregunta de cómo comenzó lo que equivocadamente se ha presentado como una guerra civil en Siria, responde con vehemencia Monseñor Hindo:

«Mira, esto comenzó con Túnez, con la Primavera Árabe. Y enseguida pasó a Egipto. Los dos países enseguida cambiaron de régimen. Y pensaron que podrían hacer lo mismo también en Siria. Porque cuando se dice que en Daraa, en marzo de 2011, hubo una masacre... No, no, no, no... Mataron a alguno, quizá tres, cuatro o cinco... Pero, ¡las armas ya estaban preparadas! ¡Las armas ya estaban preparadas! Por lo tanto, no estalló todo porque Bashar mató a cinco o seis. Esto no podía ser motivo suficiente para poner de rodillas a todo un pueblo con las armas. Las armas aparecieron con los Hermanos Musulmanes, que las habían preparado antes (de la masacre de Daraa) y con lo que han llamado Ejército libre. Pero este Ejército libre son uno o dos coroneles que han abandonado sus puestos y han pagado a gente, a jóvenes, para que fueran con ellos y esto así, poco a poco... Los sauditas, cataríes... habían pedido cosas a Siria y el país no había dado permiso para hacerlo, y por eso han entrado en este juego, y han traído a los de Daesh y al Nusra. Primero al Nusra, luego al Daesh. Al principio no había realmente nada que pudiera dar lugar...

En segundo lugar: A finales de 2011 llegó el Coronel Paul, que era el ministro de Asuntos Exteriores americano. Él pidió a nuestro presidente no tener más contactos con Irán, ni con Hezbolá en El Líbano, ni con Hamas en Israel. Hacer la paz con Israel y así habría paz en Siria. Él dijo que no, que no podía, que tenía acuerdos estratégicos con todos estos y que no podía dejarlos. Y entonces América hizo lo que según ella debía hacer.

Verdaderamente, desde que murió su padre, y desde que el presidente Ásad es presidente, nos ha dado libertades que no podíamos ni imaginar, que no tienen ni en Arabia Saudita, ni en Catar ni en ninguna otra parte. Nadie tenía esta democracia y esta libertad que teníamos en Siria. Nadie».

Combatiendo, ¿contra quién?

Monseñor Hindo nos da un dato importante para que podamos comprender que esta guerra, no es una guerra civil. Haciendo la guerra en Siria hay actualmente dos grandes grupos terroristas procedentes de Al Qaeda: el Frente Al-Nusra y el Daesh. Solo del Daesh hay más de 300 distintas facciones terroristas, procedentes de varios países de Europa, Arabia Saudita, Catar, Turquía, Túnez y otros países de mayoría musulmana. Se calcula que son más de 300.000 extranjeros los han entrado en Siria para combatir en una guerra que, basta este dato para demostrarlo, no es una guerra civil. Pero Mons. Hindo es optimista: «Luchamos y al final venceremos, porque creo que cuando se está en la verdad – aunque sea difícil hablar de verdad en política - pero, por lo que se ve, podemos decir que tenemos razón en defendernos contra todos estos, porque ni EEUU nos quiere, ni Arabia Saudita nos quiere... Todos nos quieren para algo, por intereses propios, pero no cuidan los intereses de Siria».

Bloqueo total de fronteras

Siria vive en una situación de bloqueo total. Al norte está Turquía, que ha cerrado sus fronteras. Al este, oeste y sur el Daesh. Solo reciben suministros a través de algunos aviones de carga, pero no es suficiente para abastecer a la población. Monseñor Hindo afirma: «Cada vez más sentimos la necesidad de alimentos, medicinas... Todo, todo falta».

La Iglesia hace lo que puede, explica monseñor Hindo, pero en seis meses han recibido solo 20.000 canastas de alimentos para distribuir, cuando en su diócesis viven un millón doscientas mil personas. Lo que no deja de hacer la Iglesia es sufrir junto a su gente, y transmitirles esperanza en medio del horror en el que viven.

El pueblo sirio ¿estaba preparado para algo así?

Una puede prepararse para la desgracia y para la guerra cuando la ve venir a lo lejos. Pero, en Siria, nadie esperaba lo que en 2011 estaba a punto de echarse sobre este pueblo. Así describe monseñor Hindo la situación en Siria antes del conflicto, tanto a nivel social como económico: «No, nadie estaba preparado. A decir verdad, empezábamos a llevar una vida -en toda Siria, pero especialmente en mi diócesis, en mi región- una vida económicamente buena. A nivel social teníamos muchísima libertad, muchísima. Mucha más de lo que pensáis. Con mucha democracia. No nos faltaba nada, no nos faltaba nada. No esperábamos lo que ocurrió».

Monseñor Hindo describe los sucesos de 2011, que tan manipulados han sido por la prensa mundial: «Incluso en marzo de 2011, cuando apenas 10, 20, 30 o 40 personas gritaban: “Queremos que cambie el régimen, que Asad se vaya”. No había una gran masa en la ciudad, no la había. Eran, como mucho, 40 o 50. Y sabemos, yo lo sé, que lo hacían por dinero, porque conozco a la persona que daba dinero a estos jóvenes para salir y gritar. Media hora: 500 libras sirias. Una hora: 1000 libras sirias. Y a estos, el gobierno les pagaba contra los opositores. Y conozco a la persona misma que lo hacía y que ganaba con este comercio. Hacía venir a la gente, les pagaban y se iban. Y sé que durante todo aquel año no cogieron ni siquiera a uno para meterlo en la cárcel o en otro lugar. Y también supe - porque tenemos en el ejército fieles que están en Daraa, donde comenzó todo - que el conductor del carro armado decía que ellos estaban allí, y que los manifestantes venían hacia ellos insultando al presidente, a su mujer... Pero ellos tenían la orden: “No hagáis nada. Dejad que digan y que hagan. Solo cuando os ataquen, entonces podéis defenderos”. Eso es».

Siendo bálsamo para las almas

Monseñor Hindo ha tenido que enfrentarse a situaciones muy difíciles a lo largo de estos años de guerra. Como ejemplo relata una de ellas, el funeral por trece jóvenes muertos en el atentado a un restaurante del barrio cristiano. En medio del dolor una voz se alzó para preguntar: «¡Pero dónde está Dios!» El arzobispo respondió con la única respuesta adecuada: En Cristo crucificado. Pero Cristo crucificado y resucitado. La respuesta de los cristianos sirios tan duramente probados fue aplaudir a su pastor, que les había ayudado a poner los ojos en Cristo, dando sentido a todo su dolor y haciéndoles recobrar la esperanza. Monseñor Hindo confiesa: «Es muy difícil, pero (...) cuando uno naufraga, encuentra un pequeño tronco de madera y se agarra a él. También nosotros nos agarramos al Señor, como un náufrago se agarra a un trozo de madera. El náufrago no tiene la seguridad matemática de que no se va a ahogar, pero nosotros, con el Crucificado, seguro que sí, seguro».

No es fácil ser padre y pastor en medio de una guerra pero, para monsñor Hindo, solo cabe una forma de reaccionar: amar más, a todos, católicos y musulmanes, creyentes y o creyentes. Así lo asegura él: «Esta situación dramática nos empuja a darnos más aun, a sacrificarnos más, a trabajar más, y especialmente a amar más. Y cuando digo “amar” no hablo solo de mis fieles, sino que hablo también de los musulmanes y de otros creyentes: amarles a todos. (...) Especialmente cuando hay que distribuir dinero, nunca lo reparto solo a mi gente, sino que envío a los ortodoxos, envío a los asirios, envío a los armenios, envío a los caldeos y envío también a los musulmanes. Porque digo: todos son mis hijos, todos son mis hermanos en el Señor. Por tanto, si Él se ha dado por ellos, también yo debo contribuir con algo».

Ante la impresionante fortaleza interior de este pastor de la Iglesia, le preguntamos qué es lo que le sostiene en este difícil ministerio suyo. Confiesa que son tres cosas. Primero el saberse «hijo de mártires». Y lo explica así: «Nosotros, generalmente, en esta región, somos hijos de mártires. En 1840 empezaron a matar cristianos en el sur de Turquía. De 1915 a 1918 mataron a un millón y medio de armenios y a 300.000 sirios. Y yo nací en Turquía. Huimos todos a Siria. Por tanto, somos hijos de mártires. Y creo que cuando somos hijos de mártires, tenemos una fuerza que nos viene de la sangre». Segundo apoyo de monseñor Hindo: la fe en Cristo. Tercer apoyo que le sostiene en la dificultad: el amor a la Virgen, la Madre de Misericordia.

Una petición a Occidente

Sus últimas palabras son una petición a Occidente: «Oración. Y, si pueden, cambiar un poco la política votando bien. Si no, al menos la oración». Y añade una certeza interior que ha podido constatar en los años de guerra: «El núcleo, la base de todo, es al amor. Si no hay amor, todo esto se derrumba. Yo creo mucho en el amor. Creo muchísimo en el amor, y como he dicho, lo he encontrado en la cruz».

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