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Jueves, 13 julio 2017 13:39

«Apaktone», el recuerdo de un gran misionero

«Apaktone», el recuerdo de un gran misionero

Una de las escalas del Papa Francisco en su viaje a Perú el próximo enero será la región amazónica de Madre de Dios, una zona que se confió a los misioneros dominicos. Hará una parada en la capital de este departamento y sede del Vicariato Apostólico del mismo nombre, Puerto Maldonado. Será una oportunidad para recordar a los grandes misioneros que gastaron su vida en estas bellas y duras tierras.

El más conocido de ellos fue el padre José Álvarez Fernández, Apaktone. Un misionero asturiano nacido en Cuevas (Asturias), en 1890, y fallecido – como la mayoría de los misioneros «al pie del cañón» – en Perú, en 1970. Dedicó 53 años de su vida a evangelizar en Madre de Dios. El nombre de Apaktone, según cuentan, se lo puso una belicosa tribu que casi lo martiriza. Rodearon al misionero, lo desnudaron, exhibiendo su ropa como trofeo, pero uno de los indios les echó en cara a los demás que dejaran a su «papá viejo», desnudo y pasando frío. Así que le devolvieron su hábito y le siguieron llamando «papá viejo», Apaktone.

Sus hermanos dominicos están promoviendo su causa de canonización. Han recogido el testimonio de su vida, escrito por él mismo, que encontraron en su breviario el día de su fallecimiento, el 19 de octubre de 1970:

«Recibí el Orden Sacerdotal el 26 de julio de 1916. Canté la primera Misa el 4 de agosto de 1916. Llegué al Perú el 21 de enero de 1917.

Las circunstancias de mis primeros encuentros con los nativos fueron el estado de beligerancia, hostilidad y persecución que desde tiempo inmemorial tenían con ellos los caucheros e industriales; choques y odios a muerte de unas tribus con otras debido a lo cual se había creado un estado de miedo y aborrecimiento pavoroso hacia ellos, y la menor idea de internarse en la selva, morada de las tribus, para llevarles un mensaje cristiano era, si no utópico, sí considerado arriesgadísimo.

Llegué hasta ellos y fue tal el asombro que les causó al verme, a mí, solo entre ellos, hablándoles en su lengua, que logré lo que nadie había soñado, calmar odios, allanar miles de dificultades e ir planeando las bases de pequeñas misiones.

Los primeros contactos fueron con los de la tribu Huaraya; siguió la Toyeri e Iñapari y en 1940 emprendimos las exploraciones al río Colorado con los hasta entonces ‘feroces’ Mashcos.

En mis planes, con el auxilio de Dios, no habrá cambios jamás. Como buen soldado siempre en la brecha, o aquí en Lima curándome de mis quebrantos, pero siempre alerta a la voz de mando que me ordene o me permita volver a mis bosques al lado de mis hijos de la selva, mis princesas y sarnositos; o aquí al lado de Santa Rosa en donde siempre he encontrado a manos llenas medios espirituales y materiales para seguir mis planes misionales mientras el Señor me dé vida».

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