Los obispos bolivianos acaban de publicar una carta pastoral sobre el narcotráfico y la drogadicción, uno de los graves problemas que atenazan a la sociedad de su país. Su título es ‘Hoy pongo ante ti la vida o la muerte’, una frase bíblica muy adecuada para hablar de las consecuencias de las drogas en las personas y en las sociedades. Como indican en la misma, «Hacemos nuestro el vehemente llamado del Papa Francisco a la sociedad mexicana, valedero también para nuestro país: ‘Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad’». El Papa añadía que es «como metástasis que devora».
Los obispos bolivianos expresan su preocupación porque «el narcotráfico es una realidad cada vez más alarmante en Bolivia. Es falso que ‘Bolivia produce y otros consumen’: Bolivia es ya un país consumidor de droga y, a la vez, está siendo utilizada como país de tránsito de droga producida en otras naciones». Y no dudan en reconocer que «el narcotráfico estigmatiza indiscriminadamente a nuestro país y a todos los bolivianos ante la comunidad internacional, especialmente los países limítrofes afectados y su opinión pública. Ser productor nos muestra como uno de los principales eslabones de la cadena del narcotráfico. Ser país de tránsito habla muy mal de la capacidad de interdicción, incluso puede ser interpretado como complicidad de nuestras instituciones. Ser un país consumidor es causa de graves problemas relacionados con la violencia, la corrupción y el abandono de los valores culturales».
No dudan en reconocer el valor cultural y medicinal de la hoja de coca en la vida de los pueblos andinos, pero «la producción de coca, los altos precios, su alto rendimiento, desmotiva iniciativas productivas agrícolas que a mediano plazo podrían contribuir a un desarrollo sostenible y a la generación de empleo lícito y honesto».
Una de las principales denuncias de la Iglesia boliviana es que se ha incrementado sustancialmente la violencia en las ciudades y comunidades «por la relación entre el narcotráfico y el crimen organizado». Añaden: «El narcotráfico actúa como si tuviera una especie de jurisdicción exclusiva sobre determinados territorios, personas y negocios, en los que nadie, ni las instituciones del orden, pueden atreverse a intervenir».
La Iglesia presenta como respuesta, que es la segunda parte de la carta, ‘La Palabra de Dios que ilumina la realidad’, teniendo en cuenta que «la mirada de Jesús no se dirige tanto al pecado sino al sufrimiento del ser humano, a las víctimas inocentes, a los maltratados por las vicisitudes de la vida o por las injusticias». Por eso, «el drogadicto no puede ser considerado como un delincuente, sino como una víctima de las drogas, un hermano que necesita amor, ayuda y rehabilitación». Esto no quita el denunciar que «el narcotráfico es un grave pecado... es una rebelión contra Dios en cuanto idolatra el poder y la riqueza; es un crimen contra la humanidad en cuanto esclaviza a otros seres humanos recurriendo incluso a la violencia y la muerte, y atenta contra la creación por la destrucción y desolación que deja a su paso».
Los obispos bolivianos piden un compromiso «con una vida sin adicciones», y ofrecen su cooperación a las entidades públicas, instituciones y organizaciones de la sociedad, para articular y coordinar esfuerzos y recursos. Es absolutamente necesario «sensibilizar a la población para que tome conciencia y no abdique a su responsabilidad ante la gravedad del problema». Y «en esta tarea, los medios de comunicación tienen el grave deber moral de orientar y formar la opinión pública». Además, «un rol decisivo compete a los productores de la hoja de coca y sus sindicatos en la lucha contra el destino ilegal de la coca que contradice el uso y costumbre de las culturas». Se trata, en definitiva, de dar respuestas desde todos los niveles: la legislación antidroga, los administradores de justicia, las fuerzas armadas y la policía...
Y lanzan un llamamiento a los narcotraficantes: «A quienes han encontrado en este mal una manera de hacer dinero, les reclamamos coherencia con su condición de persona humana y ser testigos de vida y no de muerte».
«Exhortamos a los cristianos y comunidades a acompañar solidariamente a las familias que tienen a uno de sus miembros encarcelado por el delito del narcotráfico, para superar el estigma y el daño moral que sufren ellas mismas en la sociedad», señalan los obispos. Porque «es urgente articular la común responsabilidad de educadores, padres de familia, agentes pastorales y otras instancias públicas y privadas involucradas en acciones concretas: tomar conciencia de que los centros educativos se han convertido en el blanco de los microtraficantes de drogas, implementar programas de prevención, generar condiciones de control y seguridad y vigilar para que los estudiantes no caigan en las redes de quienes buscan la ruina de niños y jóvenes induciéndolos a la drogadicción».