Ya está a pleno rendimiento el Sheen Center de Nueva York que abría sus puertas este curso como un lugar de diálogo, un fórum donde se ponga de relieve, la verdad, la bondad y la hermosura, a través de la expresión humana en el pensamiento y en la cultura.
Como afirman quienes han puesto en funcionamiento el centro: «proclamamos que vale la pena vivir la vida, sobre todo cuando buscamos profundizar, explorar, desafiarnos y estimularnos, seamos católicos o no, intelectual, artística y espiritualmente». El Sheen Center cuenta para ello con dos salas de teatro, 4 estudios para ensayos teatrales y una galería de arte.
El venerable Fulton Sheen – en proceso de beatificación – es el gran inspirador de este centro. Obispo auxiliar de Nueva York, Fulton Sheen fue director nacional de las Obras Misionales Pontificias en Estados Unidos durante 16 años. En estos años alternó su dedicación a la animación misionera en todo el país – Estados Unidos se convirtió en el país más generoso del mundo con las misiones – con una increíble labor a través de los medios de comunicación. En la emisora ABC dirigió el programa ‘Life is Worth Living’ (La Vida es Digna de Vivirse) de 1952 a 1957, y ‘The Fulton Sheen Program’, de 1961 a 1968, que fue una continuación del primer programa. Con su estilo carismático y su sentido común afrontaba los temas que cautivaban a la sociedad norteamericana de aquellos años, llegando a cotas de telespectadores de entre 10 y 30 millones. De hecho, ganó dos Emmy – los más prestigiosos premios de televisión en USA – a la Más Destacada Personalidad Televisiva. Uno de los actores que perdió contra él en estos certámenes dijo: «Ha tenido mejores guionistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan».
Monseñor Fulton Sheen fue también el creador del ‘Rosario Misionero’, como un medio concreto de orar por las misiones y los misioneros. Un día le preguntaron qué era lo que más le motivaba como sacerdote y como cristiano. Fulton Sheen contó entonces la historia de una niña china. Ocurrió en los años cincuenta del siglo pasado. Un grupo de comunistas chinos llegó a una pequeña aldea donde vivía un misionero. Lo amenazaron, lo golpearon y acabaron encerrándolo en la pequeña casa donde vivía. El misionero se horrorizó al ver por la ventana cómo los soldados entraban en la Iglesia, rompían el sagrario y tiraban por el suelo las formas consagradas. El misionero, que las había guardado, sabía el número de formas: exactamente 32. Aquellos hombres se fueron sin darse cuenta de que una pequeña niña había visto toda la escena. Por la noche, la niña volvió. Se deslizó a hurtadillas por detrás de los guardias que custodiaban la casa del misionero y entró en la Iglesia. La pequeña hizo una hora de oración, luego se arrodilló y comulgó una de las formas.
La niña volvió cada noche. Hacía su hora de oración y luego comulgaba. Tras 32 noches, tras haber comulgado la última de las formas, hizo un ruido sin querer y despertó a uno de los guardias que mantenían preso al misionero. El soldado corrió tras la niña y la alcanzó. Se dio cuenta de lo que había pasado y la golpeó con la culata del fusil hasta matarla. El misionero fue testigo del martirio desde la ventana sin poder hacer nada. Años después, ya expulsado de China, este misionero le contó la historia a Fulton Sheen, quien, impactado, le prometió a Dios una cosa. Todos los días de su vida haría una hora de oración frente a Jesús en el Santísimo Sacramento. Y así lo hizo, siempre teniendo ante sí el ejemplo de aquella niña valiente.