La región de Pala, Chad, está en el suroeste del Chad, casi rodeada por las fronteras del vecino Camerún. El misionero Salvador Romano es el ecónomo de esta diócesis de Pala, además del responsable del centro de lucha contra el Sida, el CEDIAM, todo un prodigio de ayuda a estos enfermos y a sus familiares y huérfanos.
Este misionero de la congregación de los javerianos ha compartido con OMPress su experiencia con los «clubs de ahorro», una iniciativa que comenzó con poquito y que ahora ayuda a cientos de hombres y mujeres de la zona.
Cada año se recogía la cosecha del algodón. Tras todo un año de trabajo los hombres de la región por fin tenían dinero. Recibían de golpe todo lo que habían producido y comían, bebían, etc... después, a lo largo del año, pasaban necesidad. Fue entonces cuando los misioneros les sugirieron crear los «clubs». «Se trataba de una cuestión de mentalización, de animarles al ahorro, ante las graves necesidades que después sufrían».
Un primer grupo de amigos se decidió por fin y puso en común parte del dinero ganado tras el algodón. Compraron un par de bueyes y un arado. Pudieron trabajar más tierras gracias a la ayuda de los dos rumiantes, e incluso los alquilaron yendo a trabajar para otros. Aquello les abrió los ojos. Se empezaron a crear otros grupos. Ponían sus pequeños capitales en común y ellos mismos decidían a qué lo iban a dedicar, a quién se le hacía un préstamo, en dónde se hacía una pequeña inversión...
Estas sumas, modestas, sí, pero disponibles, dieron la oportunidad a muchas otras personas de abrir un pequeño comercio, mejorar una casa, comprar herramientas, animales. De hecho se montaron muchísimos pequeños corrales de cerdos, que han ayudado a mejorar la dieta de mucha gente.
Lo de los bueyes fue hace muchos años, hoy incluso hay problemas para saber dónde invertir sin salir de la pequeña zona donde viven, por lo que estas pequeñas «cajas de ahorros» se han centralizado en Pala. Así que la cosa ha funcionado, y proyectos de toda la región se presentan a un equipo directivo, formado por los mismos que ponen el dinero. Son pequeños proyectos, son microcréditos, que ayudan sobre todo a mujeres viudas, abandonadas, víctimas del Sida. Les permiten llevar adelante iniciativas de comercio, comprar cereales, comprar al por mayor y vender al por menor. A muchas mujeres esto les ha transformado la vida.
Hoy, lo que empezó con un par de bueyes y un grupo de amigos que se fiaron de unos misioneros es una sociedad independiente reconocida por el Estado, reconocida incluso por el Banco Mundial. La presencia de la Iglesia se limita a un discurso del obispo, el también misionero Jean-Claudel Bouchard, al iniciar el curso, que les recuerda lo que estos hombres y mujeres cristianos ya ponen en práctica: Que no hay dos Jesús. No hay un Jesús que multiplica los panes y un Jesús que predica. Eso es lo que saben y ponen en práctica los misioneros.